martes, 3 de noviembre de 2015

2012 - Intervenciones repatriadas


Después de todo, yo tampoco puedo escapar de los placeres sencillos. Cuando me miraba, solo pensaba en dejarme llevar. No existía el tiempo. El pasado se borraba, el futuro nunca llegaba.Recordar como había empezado todo me involucraba aún más, y hacia mucho más difícil alejarme. Un bigote y unas simples patillas, que sacadas de contexto adornarían a cualquier prócer, a él le daban ese condimento que lo hacía, a mi pesar, tan irresistible.
 Nunca voy a olvidarme de la charla en la cual la historia se dio vuelta y, por primera y creo que ultima vez, tomé el control de la situación. Se rompió el hielo de una manera muy extraña, comentando anécdotas sin sentido. Luego de un largo y casi eterno silencio, comenzó a balbucear algo. Luego aclaró la voz y mirando para cualquier lado, como con miedo de expresar lo que le pasaba, dijo: – Quiero que “esto” llegue a algún lado.
Ya todo no dependía de él, sino de mí. Me había pasado la papa caliente, y yo la pasaba de una mano a la otra para no quemarme.En ese momento, lo más lejano en mi mente era una respuesta coherente a esa situación en la que me ponía, lo único que podía ver era una lluvia de imágenes de un futuro demasiado abstracto y atemporal. Y entonces caí en cuenta que quizás eso que me encandilaba ahora,en este supuesto presente, no era lo que en realidad quería para mi…

¿Cómo podría seguir mi vida sin mi perro? Era en lo unico que pensaba esa fría mañana de Junio.Mes que nunca me demostró nada, era sólo un mes de transición. Luego de esa mañana, además, era un mes que era preferible olvidar. Se hicieron las siete, mi papá me despertó, me levante, y fui a verlo.Pude haberme ido sin hacer ni decir nada. Igualmente, me acerque, lo acaricié, jugamos como nunca, con lo poco que él podía moverse, porque ya no tenía otra salida. Sentí todo su amor junto, y le demostré todo mi amor en cada caricia. Muchas veces decimos que tenemos que disfrutar las cosas como si fueran las últimas, esa vez yo sabía que eran las ultimas. Esa mañana fue dolorosa, pero el dolor más grande que sentía era por la resignación.

Sin embargo, a los sesenta y seis años de casados, el cáncer volvió, otra vez en ella y él se enfermó…
Ella no pudo con la lucha, y se la llevó. Él agravó con su partida, y en poco tiempo murió.
Entonces la casa quedó sola. Sus hijos, Mariana, Julián y Tomás, no querían acercarse. Cada rincón hacia recordar a los miles de momentos, y por sobretodo al sufrimiento de sus padres en su ultimo tiempo. La casa se veía muy deteriorada, por el paso del tiempo, y porque había sido dejada de cuidados hacía ya mucho.
Fueron a ver la casa para decidir que hacer con ella.
Las plantas del jardín de su madre,que siempre habian estado llenas de colores y servía para enmarcar a una selva cuando eran chiquitos, estaban cubiertas de yuyos. La enredadera de la galería, que los cubría del sol en las tardes de verano con mucho calor, estaba seca. El pasto crecido y abandonado. Un arco, que alguna vez sirvió para levantar ahí mismo un estadio de futbol imaginario, tenía las maderas comidas por el sol y por los años .
Mariana, la hermana mayor, junto con Julián,el siguiente, propusieron que lo mejor sería venderla, dejarla atrás, que todo el arreglo que necesitaba la casa iba a costar muchísimo dinero y que no valía la pena. No quedaba ninguno viviendo en el pueblo, todos se habían ido a otros lados, a ciudades grandes, tenían otro ritmo de vida, y la idea de tener que mantener una casa más solo por un par de recuerdos no merecía ni gastar un poco de tiempo, los recuerdos quedaban en las fotos y ya.
Tomás, el más chico, no tenia nada que perder. Su vida no era como la de sus hermanos, nunca se había sentido igual a ellos. Se llevaban muchos años, él veía a sus hermanos como grandes profesionales, con sus metas realizadas. Por su parte, había decidido tomar la vida de manera más relajada. O quizás la vida se le había presentado así. Entonces decidió hacerse cargo de la casa.De ahí en adelante, su vida iba a dar un giro, un nuevo cambio, un movimiento que lo quitó de su aburrida rutina cotidiana que no lo llevaba a ningún lado…


Ficción - 2012 - Cartas

Hola, Sol de mi sonrisa. Esta vez te escribo desde Playa Ballenita, un pueblo pequeño, cálido y vibrante de la provincia de Santa Elena. El grupo que me acompaña en este viaje cada vez se agranda más, está en constante recambio. Algunos amigos ya bajaron, otros, cruzaron el charco, y muchos continuamos. Me encanta esa dinámica. ¿Te preguntarás por mi destino? Porque yo sí. El otro día viví una secuencia muy extraña. No compleja, pero si suficiente como para hacer un clic en mí.
Estaba caminando por las calles desiertas, o casi desiertas, de una zona de chalets y casitas bajas. Algunos habitantes, a pesar de la hora matinal, ya estaban levantados; me miraban pasar desde los garajes. Parecían preguntarse que estaba haciendo yo allí. Si me hubieran abordado, me habría costado mucho contestarles. En efecto, nada justificaba mi presencia allí. Ni en ninguna otra parte, a decir verdad. Esto me demostró que sigo sin encontrarme. No tengo certezas. Estoy aquí, me pellizco y siento el dolor, el agua me moja y el calor me hace sudar. Pero no me encuentro. Necesito tu aliento, tu voz. Con el amor de siempre, Simón.   
Otra vez a Clara se le presentaba el problema de la respuesta. Dejó la carta junto con las demás, que ya sumaban más de diez. Caminó a la cocina y mientras le subía el volumen a la radio, se dispuso a preparar un té. Las lágrimas de bronca y resignación una vez más intentaron brotar de sus ojos, pero ella no lo permitió y con la palma de las manos se los frotó fuerte. Después de intentar  distraerse con la canción que sonaba, se calzó las zapatillas y salió para la calle.
 Freno a unas pocas cuadras, frente a una casa vieja. Tocó timbre, y al ratito un hombre mayor abrió la puerta. Estaba balbuceando unas frases sin coherencia, pero no eran para Clara;  ya lo sabía porque hacía tiempo que lo conocía. Entró a la casa, y con sus pies fue corriendo los diarios, bolsas y papeles que se le cruzaban por el piso del pasillo de la galería. Llegó al living, o lo que en algún  momento era un living .Ahora sólo quedaba un sillón y un par de almohadones que a penas se veían debajo de una parva gigante de libros. Tomo aire y exhaló con fuerza: se sentía más calmada.
 Benedetti, Girondo, Parra, Vallejo, Neruda, y muchos otros más, frente a sus ojos.  Ese espacio, con toda su mística, alimentaba su esperanza cuando quizá la llama estaba débil, y siempre encontraba algún poema lleno de perfume de amor que le devolvía todo el calor que necesitaba. Y así se sumergía en ese mundo entre dos tapas, mientras pasaban horas. Pero ese día algo en su cabeza no la dejó nadar tranquila entre los versos y las prosas, por lo que regresó a su casa.
En el camino pensaba en Simón. Si bien no era la primer carta que recibía, cada vez se hacía más insistente la respuesta,  más fuertes los planteos, y más difícil la situación.  Además, se enojaba con él por no estar disfrutando el viaje. Estaba en una playa, ya tenía casi toda América Latina recorrida y hasta el fondo. ¿Cómo iba a preocuparse en un lugar así de él mismo? ¿A qué quería llegar con eso de “no encontrarse”? Estaba viajando y de manera muy frenética, teniendo poco tiempo para acostumbrarse a un lugar, como para así despreciarlo, o llegar a sentirse incómodo. Simón no se sentía bien en su interior, y ella ahí, quieta, sin poder ayudarlo, preocupándose por llegar a entregar un trabajo a fecha, o por correr el colectivo. Se sentía incapaz, sentía que una vez más, las cosas no estaban al alcance de sus manos y que no iba a poder hacer nada al respecto,  
Ya en su casa, se sentó a escribir, eso sí lo podía hacer. Siempre hacía simulacros de respuestas para Simón, pero que él nunca iba a recibir. La razón era una sola: Clara era muy insegura, y nuevamente, no se encontraba al pie de las circunstancias. Frente a su cuaderno comenzó a plasmar las primeras oraciones, con algunos fragmentos de poemas, y algunos consejos. Ella le  proponía que se olvide, que se deje llevar, que si ella lo podía hacer en esta urbe gris y aburrida, él allí no tenía excusas. En ese momento, se puso a pensar en que básicamente le estaba diciendo que se conforme, y ella sabía muy bien que a Simón no le gustaba conformarse, que él no era como todos. A Clara, en realidad, no le gustaba conformarse; sólo entendía que las condiciones no eran las mejores como para hacer la locura que hacen algunos de dejar todo,  para cumplir esas cosas que se  sueñan justo antes de dormir. Ella tenía un trabajo,  muchas responsabilidades que cumplir, y a veces las alas de la imaginación, por lo menos en su mundo, en el mundo de la gente común,  se tenían que cortar. Lo único que imponía en su mente era ese sentimiento, el de la resignación. Y lo repetía una y otra vez.
 Prendió un cigarrillo y se apoyó en el respaldar. En ese momento vió un portarretrato lleno de polvillo que tenía sobre su escritorio, pero que hacía mucho que no lo observaba, y ya había pasado a ser una simple decoración, un tanto rústica. Era una foto suya, de cuando era una nena, arriba de un juego de un parque de diversiones muy viejo y precario, de esos que iban a los pueblos. Tenía medio cuerpo afuera, el pelo súper despeinado, una sonrisa gigante que le hacía cerrar los ojos. Se paró, se miro al espejo y se vió completamente diferente. Era imposible ver en lo que esa nena sin límites y con la carita llena de risas se había convertido ahora. Se veía muy pulcra y peinada, con ropa siempre del mismo color, y con la misma expresión en la cara, que era una mezcla de desgano y cansancio, y con muchos “peros” siempre en la punta de la lengua.
Sintió bronca, pero no lloró y continuó como hacía siempre, sino que se sentó frente a su cuaderno nuevamente y se dispuso a escribir, con todas las ganas y con todo el impulso. Si ella quería volver a reírse hasta que se le cierren los ojos, debía frenar, bajarse de la corriente, de la vorágine cotidiana, y comenzar a disfrutar. ¿Con qué cara le iba a decir a Simón que siga y disfrute, sin predicar primero con el ejemplo?  Su llama interior estaba en plena candencia y la carta se llenó de luz, iluminando todo lo que era oscuro, todo eso lleno de mentiras, egoísmo, desilusión y angustia.
Hola Simón. Por fin me animé a responderte. Era muy difícil para mí, ya que estás tan lejos. No quiero molestarte, no quiero arrastrarte para acá con algo que pueda ser un problema.
Hoy, cuando leí tu última carta, hiciste que una puerta se abra, una puerta que siempre había estado frente a mi nariz, pero que nunca la había visto.
 Me sorprendió que desde tan lejos, en muchos sentidos y con condiciones tan distintas, me haya sentido identificada con lo que te pasa, encontrando un punto en el que verdaderamente  te comprendo, porque yo también lo vivo.
Antes de continuar, creo que es mi obligación contarte la otra parte de la historia que tenés que  saber. Cuando recibí tu primera carta, dudé en abrirla por lo que no me arriesgue y no lo hice. Pero cuando comenzaron a pasar los días, y junto con ellos, a llegar más, me decidí y me dejé llevar por la curiosidad. Y me encontré con vos, un ser humano hermoso, del cual siento que al día de hoy, ya no me puedo separar. Trajiste un sentido a mi vida y rompiste muchos de mis esquemas. Y hoy rompiste el último, el de conformarme. Eso fue lo que me dio la fuerza para poder escribirte esto. Y  también, lo que provocó  en mi mente un cierre por completo de la idea que el destino nos cruzo a propósito, y que caímos una vez más en sus juegos.
 No soy Francina, ni la conozco. Probablemente haya sido la ex inquilina de la casa, o una equivocación en la dirección. Mi nombre es Clara, y sí, te comprendo, y sí, me preocupo por tu destino. Porque en este tiempo, por cada carta, te fui conociendo cada vez más, y lo que comenzó como una carta equivocada,  hoy pertenece a mi vida.
 Quizás todo esto te parezca una locura, y corra el riesgo de perderte, pero quería que sepas que acá estoy, y que voy a estar esperándote, porque siento realmente que estamos hechos el uno para el otro.
No tengo nada más que agregar, pero por último quiero dejarte  un fragmento de un poema de Benedetti,  que tanto haz nombrado en cartas anteriores, y que siempre me trajo tu abrazo, tu beso y tu fuerza en esos momentos en lo que más los necesitaba, espero que logre lo mismo con vos.
Hasta siempre en mi corazón. Clara.


Porque eres mío
porque no eres mío
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
(…)

Porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga

y no. 

Ficción - 2012 - La bola de cristal

-- Estás tan ida, ¿en qué pensás?
--En las cartas.
-- ¿Qué, querés jugar al truco? ¿te podés ubicar?
-- Si, obvio. No estoy pensando en otra cosa. Estoy muy ubicada. Lo que pasa es que me acordé de algo. ¿Te conté alguna vez que fui a uno de esos lugares donde te tiran las cartas y te leen el futuro? Sí, siempre fui una descreída de todo, menos esa vez. Cuando llegué al lugar y una música psicodélica me abrazó, me resulto todo muy extraño. Estaba decorado con  mandalas de colores, luces y humo espesos que hacían que vea  a las formas  de manera imprecisa, atrapándome en una nebulosa muy extraña.
El gran adivinador, después de susurrar algo, se sentó y sacó unas cartas y comenzó con un discurso:- Yo estoy acá para ser tu mediador con la energía del universo-, me decía. Las respuestas las iba a encontrar en mí,  él me brindaba las herramientas para facilitarme el trabajo. El ritmo del ambiente nos iba a llevar, juntos, por el camino de los interrogantes, y también por el de las soluciones. -Voy a abrir tus canales de energía, te pido concentración, así podemos dejar fluir todo por tu cuerpo. – remató.
Ahí agarró el mazo y puso 8 cartas sobre la mesa, cuatro con el lomo para arriba, y cuatro mostrando su cara. Explicó la situación: - Hay algo que nunca nos miente y siempre es genuino. Nunca damos pasos solos, siempre alguien interviene, por eso te voy a pedir que pienses en  personas que en algún momento de la vida te hayan cruzado y con la que hayas tenido esa conexión energética que estamos buscando-. Cuatro cartas. 3 preguntas. Una desconocida. La coincidencia de palos respondería las preguntas.
Mis preguntas eran de lo mas tontas, solo hablaba yo y veía lo que los palos me respondían: ¿Con quien voy a tener un encuentro? -Francisco. (Era lindo imaginarlo, pero no pasaba algo más allá.) ¿Con quien me voy a casar? (Santiago dijo la carta. Siempre importante. No salía todo como esperábamos. O si, quizás demasiado bien, o quizás no en el momento que tenia que pasar, o quizás me asusté) ¿Quien me va a hacer sufrir? (Juan. Salimos unas veces, nos veíamos de vez en cuando, nunca creí que fuera  amor, seguro que nos habíamos dejado llevar por la corriente, o me había dejado llevar, ¿y qué más podía esperar en ese momento? Un poco más de sufrimiento no resultaba extraño.) ¿Con quien voy a viajar? Santiago. (Si, era una promesa.)¿Y a vivir? Francisco. (Algo así como una aventura.)
 Y así seguían, ni me acuerdo que otra pavada pregunté. Hasta que llego el momento, una carta quedaba sin dar vuelta y el supuesto chamán hizo la pregunta. Pero desde antes, desde que la ví, ya sabía lo que me iba a decir.
- ¿Y que te dijo la carta?
-Que vos no eras el amor de mi vida, Santi.
En ese momento, Julieta dio media vuelta y salió caminando con la frente alta, pasos firmes y una hermosa sonrisa, por el pasillo de esa pequeña sala de registro civil, rompiendo con sus destinos.  

Ficción - 2012 - Ladrón

Año 2005. Mes de octubre.
7.30 am. Preparación de la conferencia. Una sala no muy grande a la izquierda del hall del  Nuevo Hotel Callao. Una tarima y sobre ésta, un escritorio con dos copas y dos botellitas de agua mineral no muy fría. Tres filas de sillas de madera, de dudosa seguridad.
8.10 am. Ingreso de los periodistas a la sala. Éramos los suficientes como para llenar la sala de prensa de ese hotel. Aparentemente no tenían muchas expectativas de concurrencia, desde la organización de la conferencia,  o quizás querían demostrar su hospitalidad en cantidad de sillas: poca.
8.25 am. Todos ubicados, esperando la aparición del escritor antes amado y ahora señalado. Principalmente por nuestros ojos. Algunos periodistas, pidiendo carroña para tener tela que cortar durante toda la semana en su programa de chimentos, y los demás, intentando cumplir de la mejor manera nuestra jornada laboral, sin pasión alguna, más que por el oficio. Algunos, señalándolo de ladrón, y otros, de víctima.
8.45 am. Luego de esperar un largo rato que sirvió para agregar un poco de más de acidez a las preguntas preparadas previamente. Llega el escritor junto con su editor. El primero con mirada miedosa, pero la cabeza en alto. El otro, con un aire desinteresado que demostraba que el culpable iba a ser tirado a los leones sin ningún tipo de defensa o excusa.
De 8.45 a 9.30 am. Presentación de Jorge Bucay, como el conductor del programa de TV, y además escritor, y de un representante de Editorial Sudamericana, que comentó que ya no se imprimiría más la obra en cuestión, Shimriti, por la trascendencia que los rumores <para nada ciertos>  habían tomado. Igualmente agradeció al escritor por sus servicios brindados, a los periodistas y a los curiosos presentes. Luego se levantó y se fue.
De 9.30 a 10.15 am. Monologo ético de Bucay. A grandes rasgos intentaba limpiar su nombre para poder seguir con su vida de famoso. Brindó definiciones de robo, de plagio, de homenaje y por último, con mucha emoción,  de error. Apelando a la humanidad de los presentes, y de la mayor perjudicada: Mónica Cavallé (Doctora en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid) pidió disculpas y se entregó  a la ronda de preguntas, que duró aproximadamente media hora más. Su única defensa fue recalcar su actuación como docente <aggiornador de conceptos>.
La marca quedó impresa sobre su nombre. Si bien todos somos inocentes hasta que la justicia demuestre lo contrario, el juicio de la sociedad marca un escenario que dejó a Bucay como un ladrón, borrando todo lo bueno/malo que hizo antes. Quedó, entonces, sin trayectoria, sin ser un producto de una historia.  Al día de hoy, 2012, cuando la causa por plagio fue ganada por parte de los demandantes, nadie recuerda verdaderamente el nombre del libro ni a  sus demandantes. El caso vuelve a la memoria colectiva cuando se pregunta por una causa reconocida de plagio con trascendencia mediática.

A fin de cuentas, nadie saca sus ideas de un repollo, sino que son acumulaciones, procesos de construcción. Esto no justifica la poco disimulada maniobra del escritor, pero plantea un debate para analizar: ¿hasta que punto la propiedad intelectual es tan privada como cualquier otra cosa, y no, un resultado y un producto colectivo?F

Ficción - 2012 - Contratiempo


Me quedaban dos horas y la página seguía en blanco. Era tiempo de tomar una determinación. Estaba dando muchas vueltas. Él se iba dejando su olor, sus huellas y  su presencia. Quería despedirme. El tiempo pasaba cada vez más rápido y yo, cada vez más nublada. Lo único que venía a mi mente era una lluvia de recuerdos y momentos que cada vez quedaban más lejos en el tiempo, pero yo los sentía más vivos que nunca. En mi cabeza no cabía la idea de decirle “Chau”.
            “Es muy difícil empezar esta carta de despedida sabiendo que vos sos su destino… Nunca me sentí capaz de darte consejos, porque ni yo puedo resolver mis propios problemas, pero creo que escaparse de los líos nunca va a ser la solución a nada. Igualmente no tomes tan en cuenta mis palabras, no puedo hablarte objetivamente. No creo en las despedidas definitivas, creo en los “hasta luego”. Te suelto la mano pero por un rato, sé que el destino en alguno de sus juegos nos va a volver a cruzar. Recordame con una sonrisa grande, perdón por no estar ahí, no iba a ser fácil verte partir…”
Releí una y otra vez la carta. La doblé y la guarde en un sobre. Salí a la calle.  Todavía tenía tiempo…


Ficción - 2012 - Reloj

Prosigo con mi tarea de identificación de aspectos materiales.
 Tiene muchas formas, no todas las formas que existen pero se adueña del círculo y de las  líneas. Tres, unidas en el medio del círculo; una muy fina, otra muy corta, y la última más gruesa y más larga que las anteriores. No puedo dejar de resaltar que alrededor de su circunferencia mayor tiene números. Esto, tiene que ver con su funcionalidad. Estoy viendo que puede tener muchos tamaños y formas, algunas más toscas y otras muy bonitas. Estoy en un lugar lleno de ellos, llamado Relojería, en el cual se abocan a calibrarlos y venderlos.
Las agujas se mueven, y  hacen que el objeto parezca estar moviéndose pero en realidad está fijo. Además, puede venir con luces, sonido, hasta con una calculadora. Una vez que el humano lo adquiere le busca un lugar,  que puede ser su mesita de luz, una pared, o incluso su muñeca. No se olvida de él y algunos están muy pendientes. Este aparato muestra a los terrícolas el horario, dividido en horas, minutos y segundos.
Luego cuando amplíe mis conocimientos sobre los aspectos no materiales, comprenderé realmente que función tiene en su organización social. Igualmente no entiendo porqué necesitarían saber la hora para entender en qué momento están. Tienen la ventaja de que el sol les muestra cuándo es de día, y la luna, cuándo es de noche, sólo les hace falta mirar  más al cielo.

Murena reportándose al Planeta Marte desde el Planeta Tierra.

Ficción - 2012 - Alfombra


Y ahí me encontré, con el teléfono en la mano, y con ese hombre tirado en la alfombra color beige de la habitación 209, dejando una mancha de sangre que cada vez se hacia más grande, más intensa. ¡Cuánto me costará limpiar esa mancha!  Voy a tener que estar refregando y refregando, y sí, claro, a fin de cuentas el único que se hace cargo de todo siempre soy yo. Veía por la ventana las gotas de lluvia golpear fuerte y luego rodar, por ese inmenso vidrio del ventanal. En ese momento mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz un tanto temblorosa pero con un tono claro y elevado.
-¿Puedo ayudarlo?
 Era él holandés que se hospedaba en  habitación 230, en la otra punta del pasillo. Llevaba un sobrero y un gamulán negros como la noche, empapados, debería volver de afuera, no pasaba mucho tiempo en el hotel.
- Señor, mire con lo que me encontré. Se hicieron las 10 horas, y este humilde caballero que ve aquí tirado no se acercaba a mesa de entrada, ni me contestaba el teléfono, y su estadía estaba terminada hacia ya 2 horas, incluso un taxi lo estaba esperando afuera para llevarlo al aeropuerto! Y las mucamas no se encargan de conversar con los huéspedes de las estadías y demás cuestiones, así que subí yo mismo a buscarlo. ¿Quién más? Y esto vi. Increíble.
Tenía aires de soberbio, por su cargo importante. Era diplomático o algo así en su país. A mi no me provocaba nada más que incomodidad. Su presencia hasta me resultaba molesta, no sólo por su altura, sino por esa gabardina que tenía puesta, que usaba con el cuello levantado y que dejaba  a entrever, con ayuda del sobrero, solo sus ojos. Tenía unos  ojos grandes, tan grandes que parecía que se le iban a salir, y ese efecto se notaba mucho más por el color verde que los pintaba. Parecían serenos, o así se mostraban. Engañaba  con ese semblante de conservador, callado, de buenos y cordiales modales. Me hacía dudar.
-¿Usted lo puede creer? – Insistí ante su silencio. Para no hablar ya estaba el muerto, pensé y me comí una carcajada. 
Balbuceó algunas palabras como policía y  pedir ayuda, sangre, sangre muchas veces. No era tan astuto como simulaba.
 Tragó saliva y aclaró su voz que era ronca pero suave, con una especie de melodía que siempre la relacioné con los acentos europeos, y logro decir: Is dood, eh... - rascándose la cabeza, como teniendo que recordar en que idioma tenia que hablar- Está muerto.
No, definitivamente no era una persona con muchas luces.
 –Yo tampoco nunca había visto un muerto, pero no entiendo su estado, señor. El muerto al fin y al cabo muerto está, ya nada podemos hacer por él, la policía en algún momento llegará, ya me encargué. Además, qué perdemos conversando... mire que no sabemos si los próximos no vamos a ser alguno de nosotros.
El verde de sus ojos se volvió blanco, y como un gran edificio se derrumbó y quedo ahí desmayado.
Y ahí seguía yo.